Caminar por tus calles, sumergida en mi propio mundo, entre banquetas rodeadas de árboles. Respirar la frescura de la lluvia en verano, el olor a incienso de las tiendas. La prisa de quienes vienen del metro o suben al bus. Pasar por Gandhi y, sin importar la hora, hay un corredor enfocado en su trote. Superar el tumulto de tráfico en una bicicleta. Changuitos de colores encima de cabezas. Los cláxones a veces perturban, pero a unos metros cruzas a la primera sección del bosque, te aísla del caos de las calles, un oasis, un escape.
Si tienes suerte, te encuentras un colibrí o pasa volando una mariposa. Si observas con atención, encuentras los ojos más sinceros en cualquier puesto taquero, en la lucha continua de quienes limpian parabrisas en los semáforos. Nunca dejes de ser amable, tu sonrisa o un “buenos días” puede amenizar a alguien aunque sea por un instante.
Si te subes a un Uber, te aseguro que puedes tener una buena plática, una perspectiva nueva y se puede colar una que otra risa. El conductor pasa todo el día entre coches, pasajeros momentáneos, hundido por horas en un asiento… tu amabilidad puede hacer su trabajo más placentero.
Al que más gusto me da ver es al viejecillo que vende pan en una bicicleta, sus puerquitos son un deleite, algún día le pediré la receta. Ni hablar de los días en los que en mi ventana favorita paso por café. Es como gasolina calientita para mi cuerpo, todo un placer.
Ya me dejé bautizar por la lluvia y por no salir con paraguas llegué a mi departamento empapada. Igual he recibido mentadas de madre entre manejadas. Me pongo de malas cuando no dan paso al peatón y me peleo mentalmente con taxistas que abusan en las vueltas. Que me hayan puesto la araña ya es una experiencia y ni hablar del día que me rescató la grúa. Fue toda una aventura.
Mis días favoritos son cuando paseo con mi mejor amiga en La Condesa, con un matcha en mano y la plática se pone intensa. Igual adoro las tardes de sobremesa con una copa de vino, las noches con un martini en un bar de vinilos, los días en restaurantes con el estómago lleno, comer rico es de mis más grandes regocijos.
Mi corazón está en la ciudad, en Paseo de la Reforma, en Bellas Artes, el Parque La Mexicana, Lincoln, México. Los escapes a Desierto de los Leones, La Pila o El Ocotal. Las fiestas en la Roma Norte o las cafeterías en la Juárez. En los workouts en Chapultepec y saludar a mis amigos corredores en Masaryk.









Con su vibrante variedad, su caos, su historia, su arte, con todo y su altura desafiante. Esta ciudad me tiene cautiva, emocionada, viva.
Por eso yo te elegí, Ciudad de México. Tus baches no te hacen perfecta, como la luna estás llena de cráteres (mis llantas no te lo aprecian), pero en esta etapa de mi vida yo te habito. Mañana no sé, otra casualidad me podría mover hacia otro lugar. Pero ahora te gozo, te agradezco, te respeto y te valoro.
Esta es una pequeña carta de amor para ti, para los recuerdos que en estos casi cinco años he creado, para quienes aquí he conocido y quienes de aquí se han mudado, pedazos de mí se han llevado.
Gracias por leerme una vez más. Te mando mucho amor como el amor que le tengo al lugar que al día de hoy le llamo mi hogar.
– Mariana.